La Política entre Ecuaciones: Ideología y Lenguaje en la Ciencia Económica
La economía suele presentarse como una ciencia inmaculada, un territorio de fórmulas, números y teoría alejada de toda pasión política. Nos gusta creer que quienes analizan la inflación, el crecimiento o la desigualdad lo hacen guiados por la razón pura, como si la lucha ideológica quedará fuera de escena. Sin embargo, el estudio “Political Language in Economics” publicado en The Economic Journal de la Universidad de Oxford en este año nos invita a cuestionar esta idea. Sus conclusiones apuntan a que el lenguaje utilizado en la producción académica no es neutral: puede reflejar, e incluso reforzar, preferencias políticas, inclinaciones ideológicas y proyectos concretos de transformación social.
Este hallazgo es tan revelador como incómodo. Revelador, porque ilumina un costado poco discutido de la disciplina: el “color” ideológico que tiñe el discurso académico. Incómodo, porque nos obliga a admitir que ni siquiera las herramientas más sofisticadas —desde complejos modelos estadísticos hasta procedimientos matemáticos avanzados— garantizan una objetividad absoluta. En el fondo, el trabajo de un economista no se reduce a observar pasivamente la realidad, sino que también implica interpretarla a través de un filtro que, lo admite o no, tiene matices políticos.
Link de Acceso a la Investigación: https://doi.org/10.1093/ej/ueae026
El estudio pone en evidencia que las palabras elegidas, los conceptos enfatizados, la forma de encarar los problemas y hasta la selección de datos hablan de la visión del mundo del investigador. Esto no es un defecto moral, sino una consecuencia natural de que las personas tienen convicciones, valores e ideas que pueden colarse, consciente o inconscientemente, en cada párrafo. Al final, la neutralidad absoluta resulta en una ilusión. Detrás de páginas y páginas llenas de terminología técnica, con gráficos, coeficientes y referencias bibliográficas, a menudo se filtran nociones que responden a posturas políticas. Estas pueden ser intervencionistas, creyentes en la regulación estatal y en la justicia distributiva, o por el contrario, confiadas en la mano invisible del mercado y en la reducción del rol gubernamental.
En este punto surge la pregunta: ¿Cómo se hizo para poner de manifiesto estos sesgos? ¿Cómo se prueba que la economía académica puede tener un discurso político escondido en su interior? La metodología del estudio es tan original como rigurosa. Los investigadores no se limitaron a leer algunos artículos y sacar conclusiones vagas. Por el contrario, emplearon una batería de técnicas modernas de análisis de texto, sumadas a datos concretos sobre la participación política de los economistas. Recolectaron más de 80,000 artículos publicados en revistas académicas, provenientes de repositorios como JSTOR y el National Bureau of Economic Research (NBER).
A partir de esta inmensa cantidad de documentos, los autores aplicaron herramientas de procesamiento del lenguaje natural que permitieron limpiar y depurar el texto, reduciendo las palabras a sus raíces para captar su esencia semántica. Mediante modelos temáticos —tanto supervisados como no supervisados— clasificaron los artículos según las áreas de la economía a las que pertenecen (por ejemplo, economía laboral, fiscal, del desarrollo). Esta clasificación fue clave, pues permitió distinguir si ciertos términos asociados a posiciones ideológicas aparecían con mayor frecuencia en determinados campos o entre autores con inclinaciones políticas definidas.
El paso siguiente fue correlacionar los patrones de lenguaje con señales concretas de la ideología de los autores. Para ello, se considerarán datos sobre su actividad política, como donaciones a campañas electorales y firmas en peticiones públicas, que sirvieron como indicios de sus preferencias. La hipótesis se comprobó: la elección de ciertas palabras estaba relacionada con la orientación política. Por ejemplo, mencionar con frecuencia “seguro médico” o “salario mínimo” se participaron con posturas progresistas, mientras que términos como “elección pública” o “búsqueda de rentas” resultaron más frecuentes entre quienes simpatizaban con visiones conservadoras o promercado.
Para afinar aún más el análisis, se entrenaron modelos predictivos —como bosques aleatorios y métodos de “gradient boosting”— con el objetivo de adivinar la inclinación política a partir del texto. Si bien no lograron una exactitud perfecta, obtuvieron niveles de precisión notables: áreas bajo la curva (AUC) entre 0.69 y 0.72, resultados satisfactorios para este tipo de investigaciones sociales. Y lo más relevante fue que ajustar el modelo por campos temáticos mejoró la precisión, lo que indica que la ideología puede manifestarse de manera distinta según el área de especialización.
Los resultados no solo confirman la existencia de señales ideológicas en el lenguaje, sino que muestran su impacto real. Las conclusiones empíricas y las recomendaciones de política económica parecen variar según la visión política del autor. Por ejemplo, la “elasticidad del ingreso tope impositivo” —una medida crucial en los debates sobre impuestos a las rentas más altas— tuvo valores distintos dependiendo de la orientación política del investigador. Quienes tendían a ideas progresistas presentaban estimaciones más elevadas, que justifican gravar con mayores tasas a los ingresos altos. Por el contrario, los autores más conservadores aportaban cifras más moderadas, sugiriendo que no era necesario cargar demasiado la mano fiscal. Es decir, la ideología no solo colorea el lenguaje, sino que moldea la forma de interpretar los datos y las recomendaciones que de ellos se derivan.
Este reconocimiento resulta fundamental para quienes utilizan las investigaciones económicas, como responsables de políticas públicas, asesores, periodistas o ciudadanos interesados. Entender que las conclusiones de un estudio pueden reflejar las inclinaciones políticas del autor permite leer esas recomendaciones con un espíritu más crítico. No se trata de desechar el trabajo académico por tener un componente ideológico, sino de darle su justo lugar: las herramientas estadísticas, la solidez de los datos y la pericia técnica son valiosas, pero no aíslan al investigador de su visión del mundo.
Lejos de conducirnos al cinismo o al descreimiento total, esta comprensión puede enriquecer el debate público. Si sabemos que la mirada del investigador no es neutral, podemos contraponer estudios, examinar supuestos, discutir las premisas y llegar a políticas más informadas. Como en otros campos, la economía gana madurez cuando reconoce sus limitaciones y su naturaleza política.
No menos importante es plantear cómo estas dinámicas pueden darse en otras disciplinas. Si la economía, con su halo de rigor cuantitativo, deja entrever inclinaciones políticas a través de su lenguaje, ¿qué podemos decir de áreas donde las métricas son más difusas? ¿Qué sucede en la investigación sobre cambio climático, salud pública o educación? Probablemente también allí asomen influencias ideológicas sutiles, y descubrirlas podría ayudarnos a tener debates más sinceros y conscientes.
“Political Language in Economics” no destruye la credibilidad de la ciencia económica, sino que la invita a una mayor honestidad consigo misma. Al subrayar que el lenguaje no es neutral, que las conclusiones no emergen de un vacío y que la interpretación de los datos puede reflejar creencias políticas, el estudio nos recuerda que la economía, como toda ciencia social, es una construcción humana. Aceptarlo no nos vuelve más débiles, sino más lúcidos. La próxima vez que encontremos una recomendación de política económica formulada con aire de infalibilidad, quizás nos preguntemos: ¿qué visión del mundo, qué intereses y qué ideales respiran entre estas líneas?
Solo al hacernos estas preguntas estaremos más cerca de una comprensión madura, realista y transparente de la ciencia económica. Y solo así, reconociendo que entre las ecuaciones también se cuela la política, podremos aspirar a debates públicos más honestos y decisiones más equilibradas.
Autor: Jorge Sarcos González
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